El Papa explicó que nos encontramos en un “año de gracia”: “el ministerio de Cristo, el tiempo de la Iglesia antes de su regreso glorioso, el tiempo de nuestra vida, que está marcada por una serie de Cuaresmas que nos son ofrecidas como ocasión de arrepentimiento y salvación”.
Aludiendo a la paciencia de Dios, el Santo Padre aseguró que “nunca es tarde para convertirse, ¡pero es urgente, es la hora!”.
Francisco, como es habitual, comentó las lecturas de la liturgia del día y se refirió también a los terribles sucesos y tragedias que acontecen. “Cada día, por desgracia, las crónicas reportan noticias feas: homicidios, incidentes, catástrofes… en el pasaje del Evangelio de hoy, Jesús se refiere a dos acontecimientos trágicos que en aquel tiempo habían suscitado un gran revuelo: una represión cruenta a manos de los soldados romanos en el interior del templo; y el derrumbe de la torre de Siloé, en Jerusalén”.
El Papa explicó que “Jesús conoce la mentalidad supersticiosa de aquellos que le escuchan y sabe que interpretan ese tipo de acontecimientos de modo equivocado”. Creen que “esos hombres que han muerto han sido castigados por Dios”.
Sin embargo, Jesús “rechaza esta visión porque Dios no permite las tragedias para castigar las culpas, y afirma que aquellas pobres víctimas no eran peor que los otros”. Incluso les dice: “Si ustedes no se convierten, morirán de la misma manera”.
“También hoy, frente a ciertas desgracias y eventos de luto, puede venir la tentación de ‘descargar’ la responsabilidad sobre las víctimas, o incluso sobre el mismo Dios”, alertó Francisco.
“Pero el Evangelio nos invita a reflexionar: ¿qué idea nos hemos hecho de Dios?, ¿estamos convencidos de que Dios es así o no es más que una proyección nuestra, un dios hecho ‘a nuestra imagen y semejanza’?”.
El Pontífice recordó entonces que Jesús “nos llama a cambiar el corazón, a hacer una inversión radical en el camino de nuestra vida, abandonando los compromisos con el mal, las hipocresías, para tomar decididamente el camino del Evangelio”.
A su vez, pidió a los fieles que no intenten justificarse porque “cada uno de nosotros se parece a un árbol que durante años ha dado múltiples pruebas de su esterilidad”, como narra la parábola del Evangelio del día.
“Que la Virgen María nos sostenga, para que podamos abrir el corazón a la gracia de Dios, a su misericordia; y nos ayude a no juzgar nunca a los otros, sino a dejarnos provocar por las desgracias cotidianas para hacer un serio examen de conciencia y arrepentirnos”.